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ExplicaciĂłn:
TodavĂa no sĂ© cuál es tu nombre. Te siento tan mĂa que llamarte de algĂşn modo serĂa como separarme de ti, reconocer que eres distinta a la substancia de que están hechas las silabas que forman mi nombre. En cambio, conozco demasiado bien el de ella y hasta quĂ© punto ese nombre se interpone entre nosotros, como una muralla impalpable y elástica que no se puede nunca atravesar.
Todo esto debe parecerte confuso. Prefiero explicarte cĂłmo le conocĂ, cĂłmo advertĂ tu presencia y por quĂ© pienso que tĂş y ella son y no son lo mismo.
No me acuerdo de la primera vez. ÂżNaciste conmigo o ese primer encuentro es tan lejano que tuvo tiempo de madurar en mi interior y fundirse a mi ser? Disuelta en mĂ mismo, nada me permitĂa distinguirte del resto de mĂ, recordarle, reconocerte. Pero el muro de silencio que ciertos dĂas cierra el paso al pensamiento, la oleada innombrable —la oleada de vacĂo— que sube desde mi estĂłmago hasta mi frente y allĂ se instala como una avidez que no se aplaca y una sentencia que no se tuerce, el invisible precipicio que en ocasiones se abre frente a mĂ, la gran boca maternal de la ausencia —la vagina que bosteza y me engullo y me deglute y me expulsa: ¡al tiempo, otra vez al tiempo!—, el mareo y el vĂłmito que me tiran hacia abajo cada voz que desde lo alto de la torre de mis ojos me contemplo... todo, en fin, lo que me enseña que no soy sino una ausencia que se despeña, me revelaba —¿cĂłmo decirlo?— tu presencia. Me habitabas como esas arenillas impalpables que se deslizan en un mecanismo delicado y que, si no impiden su marcha, la trastornan hasta corroer todo el engranaje.